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Festival Franco latinoamericano SELECCIÓN CHILENA |
El video arte se instala en los pliegues del entrecruzamiento de dos culturas. Por un lado tenemos la cultura propia del video, la cultura video, que corresponde a ese cúmulo de problemáticas, aportes tecnológicos, mediáticos y expresivos, que la condensada historia del video arte ha sido capaz de constituir en un corpus. La cultura video se manifiesta en una serie de vocaciones resultantes de la conjugación de diversos contenidos propuestos, sugeridos y tratados por la expresión video, a tal nivel de consecuencia y reciprocidad que los contenidos se transforman sólo en excelentes pretextos para actualizar el nivel de la expresión videográfica. Vocaciones que tienen que ver con preocupaciones temáticas como es el gran campo de la imagen y la visualidad, la inversión de los términos imagen/sonido o la inauguración de nuevos formatos rápidos, improvisados y ágiles, como son los video-bocetos, video-notas o los body-videos, productos de la gran maniabilidad y libertad tecnológica que nos permiten apoderarnos de la cámara como una prolongación de nuestro cuerpo, etc. La cultura video es centrifuga y de carácter multimediática. Es una cultura que instala su capacidad convocadora entre todas las culturas visuales y audiovisuales. El video no resta, sino suma. La gráfica, la plástica, la fotografía, el comic, el cine, etc., poseen un compañero de ruta en el video, y un parámetro más donde constituirse y tentarse. Es más, el video ha sabido heredar e integrar todas las prácticas experimentales y creativas que le han antecedido, como son el cine experimental y el cine de animación creativo, y esto se debe al espíritu innovador que guía al video arte, como al formidable ensanchamiento expresivo que ha traído consigo. Esta filial, la del «video-video», no es suficiente en todo caso, por sí sola, para instalar automáticamente al video en el dominio del arte. Será sólo en la intersección con otra cultura que aparecerá el puente hacia el arte. Se trata de una cultura que antecede al video, me refiero a aquella que se opone a la transparencia y a la tautología, y que se inclina en favor del pliegue, de la densidad, la de la escena desplazada y plural, a aquella que podemos trazar desde Archimboldo a Magritte, pasando por Joyce y Borges. Me refiero al espíritu de subversión, de marginalidad, del derroche fastuoso y de simulación; al espíritu barroco. Además del palimncesto sobre el cual se cruzan estas dos culturas, debemos agregar las exigencias propias al principio de autoría, es decir a la capacidad que poseen algunos creadores para invitarnos a despojarnos de los códigos del consensual verosímil y abrirnos al ensanchamiento de los posibles. Hace algunos años, en este mismo catálogo, defendía la incompatibilidad total entre TV y video arte, por lo menos aquí en Chile. Los criterios allí avanzados creo que siguen vigentes, pero las cosas han cambiado: la cultura video y el video arte se asoman en el espacio de la TV, aparentemente en calidad de invitados del poderoso pariente. Pero resulta que esta aparición tímida, apenas autorizada, pone en jaque a la TV. El video arte no tiene nada que perder, en cambio a la TV no le queda más que temblar ante este intruso, pues el video arte llama inmediatamente no sólo a otra mentalidad audiovisual, sino a otra concepción del medio televisivo. El video arte es el germen, al interior de la TV, de otra TV, de otras muchas TV. En ese sentido, no es el video el que se pliega a las exigencias-limitaciones de la TV, es esta última que advierte y delata sus limitaciones en esta confrontación. Si alguien debe cambiar, es la TV. De no hacerlo, seguirá cayendo en el anquilosamiento y el aburrimiento eterno; ahí está el video arte para recordárselo. Pero la verdadera dimensión en que se instala el video arte es la del imaginario. Me refiero a aquella densidad constituida por las diversas capas de imágenes con las cuales nos explicamos y enfrentamos al mundo. Me refiero a esa práctica de intertextualidad visual y auditiva que nos justifica en lo más sensible la forma de consumir nuestro entorno. El video arte no es más que ese cofre de imágenes y sonidos, con el cual los artistas nos proveen del bagaje necesario para caminar seguros de lo que somos por este mundo. La TV tiene como función el comercio y la imposición de un imaginario colectivo y verosímil (por eso es poder); el video arte se instaura como el espacio de circulación del imaginario poético, del imaginario de INDIVIDUOS. Será entonces cuestión del imaginario que nos propongan los artistas video chilenos; de la cartografía que devela y revela, configura y desdibuja los espectros de nuestros deseos, de la parte visible del paisaje sonoro de nuestros tiempos, como de las iconografías de los personajes que en él habitan. O, en última instancia, sólo tendremos la ocasión de presenciar el despliegue de las metáforas que arman al hiperreal de nuestros mundos. HOMENAJE La memoria del video arte chileno pasa obligatoriamente por la obra de Eugenio Ditborn. El video arte chileno se funda hace más de una decena de años, con el encuentro de los artistas plásticos y el video. Hoy, una nueva generación de artistas video, de origen exclusivamente audiovisual, asumieron el relevo, aunque la instalación video esté ahí para mantener un puente con las artes plásticas. La obra de Ditborn está constituida por una escritura de autor en la que el collage epidérmico corresponde a diferentes cuerpos; lo social vía los medios de comunicación, lo político obviamente, el cuerpo riguroso de la morfología poética y sobre todo, el del mito, en el que se conjuga el imaginario sensible ditboriano y la idiosincrasia chilena. Néstor Olhagaray Santiago, julio 1992 |
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