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La Imprenta Patriótica

Los pormenores de la adquisición de una imprenta por parte de Antonio Nariño no son muy conocidos hoy. Se sabe que el santafereño importó los cajones de letras en 1791, muy seguramente desde España, y que vinculó a sus primeros empleados en marzo de 1793, cuando ya estaban listos los chibaletes, las mesas y la prensa, elaborados por artesanos locales. Los primeros encargados de dar vida a la empresa editorial de Nariño fueron Diego Espinosa de los Monteros como impresor, Pedro José Vergara como auxiliar, Antonio Murcia como encargado del tórculo, y Pedro Rodríguez y Manuel María Torres como peones. El taller tipográfico funcionó inicialmente en la planta baja de una casa ubicada en la Plazuela de San Carlos (en la actual calle Décima, entre carreras Sexta y Séptima), que le pertenecía al médico francés Luis de Rieux, considerado por algunos de los sectores más ortodoxos de la sociedad virreinal un revolucionario encubierto.

Nariño: el impresor

Nariño estuvo a la cabeza del taller tipográfico entre abril de 1793 y agosto de 1794. Durante este tiempo gozó de relativa autonomía para imprimir y pocas veces necesitó licencia oficial para hacerlo, pues debido a su ascendencia familiar y a su notable desempeño en algunos cargos públicos, contaba con la anuencia y la confianza de las autoridades virreinales. El mismo santafereño, en un documento oficial dirigido al monarca en diciembre de 1795, describió su ocupación como “director de la Imprenta Patriótica […] una imprenta que subsistía hacía dos años sin licencia, con un impresor sin título, y hallándose encargado por vuestro Virrey del tiro de la edición de los papeles periódicos que ejecutaba sin otras licencias especiales, a ciencia y paciencia del gobierno”.

En abril de 1793, cuando empezó a estamparse allí el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, su editor, Manuel del Socorro Rodríguez, no pudo sino celebrar el cambio de imprenta en términos laudatorios:

Nos parece, podemos asegurar al público con entera satisfacción, que desde este número ya no habrá motivo para quejarse de las muchas erratas de imprenta, la que con el título de Patriótica ha establecido en esta capital el Regidor don Antonio Nariño en la plazuela de la iglesia de San Carlos, es la que estrenamos hoy, con el gusto de saber el exquisito cuidado que se pondrá en la impresión de este papel, y que el carácter de la letra, la bondad de la tinta y limpieza de la edición no puede menos sino agradar mucho al público.

¿Por qué “Patriótica”?

Las razones que llevaron a Nariño a llamar su taller tipográfico “Imprenta Patriótica” no han sido muy exploradas. Para muchos estudiosos de su vida y obra, que lo haya bautizado así fue una manera soterrada de clamar por la Independencia del Nuevo Reino de Granada. Sin embargo, es necesario subrayar que para 1793 no había ningún antagonismo entre los bríos patrióticos de la empresa nariñista y la fidelidad debida al monarca. El estandarte de la “patria” y la identidad “patriota” (en otras palabras, el lenguaje del patriotismo), de gran arraigo en las tradiciones políticas hispánicas, y de amplia circulación entre los ilustrados peninsulares y americanos, no implica aquí, de manera alguna, la sustracción a los ideales de la Monarquía borbónica. Que Nariño estableciera un taller tipográfico con este nombre se puede leer como una expresión importante del talante patriota de Nariño, de su preocupación genuina por los problemas del virreinato y por los asuntos públicos.

Sin embargo, el mote patriótico de la imprenta, más que referirse siempre a un espacio geográfico concreto –la patria podía designar desde la misma ciudad de nacimiento hasta toda la Monarquía hispánica tomada en su conjunto– funcionaba como un recurso fundamental para invitar a las personas a intervenir sus propias realidades, a buscar el bien de la comunidad política y a perseguir la prosperidad pública a partir de los saberes ilustrados. Según algunos diccionarios de la época, el adjetivo “patriótico” era “lo perteneciente al patriota; y así se dice: las intenciones de Fulanito son benéficas y patrióticas”, mientras que “patriota” significaba “el que ama la patria y procura todo su bien”. El patriotismo neogranadino germinó amparado en el marco de la nación española, entendida como un conjunto plural de reinos peninsulares y americanos unidos en su fidelidad a un mismo rey. El progreso del virreinato redundaba necesariamente en la grandeza de la Monarquía hispánica. En este sentido, la ‘patria’ del Nariño de este momento convivía sin problema con la monarquía española, aunque clamara por reformas importantes en campos sensibles como la administración fiscal y de justicia.

Catálogo de impresos

No es fácil establecer el catálogo completo de las obras impresas en el taller de Nariño. La importancia de su imprenta tiene que ver más con el acontecimiento cultural que representó el hecho de ser la primera imprenta de carácter privado de la que tengamos noticia en el actual territorio colombiano. Si bien es cierto que por la imprenta de Nariño no corrieron mares de tinta, también lo es que el volumen de impresos estampados no fue nada desdeñable. El mismo Espinosa, su impresor, dejó constancia de cómo en no pocas jornadas “se ha trabajado de día, y algunas veces de noche, cuando ha cargado más el trabajo” y también “algunas veces en días de fiestas, cuando hay riesgo de que se pierda el papel”. Así, según testimonios de sus empleados, se sabe que la Imprenta Patriótica reprodujo cerca de 70 números del Papel Periódico de Santafé de Bogotá, una oración en honor al arzobispo de Santafé y fundador del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, fray Cristóbal de Torres, y, por supuesto, los célebres Derechos del Hombre y del Ciudadano. Además, estampó varios impresos menores (esquelas de convite, asertos de conclusiones y varios sobrescritos para cartas) y otras obras que no han llegado hasta nosotros por diferentes avatares del tiempo.

Historia de la historia natural

Debido a las importantes dificultades técnicas que experimentaba por aquellos años la Imprenta Real, que llevaron a su cierre temporal en septiembre de 1792, es probable que en el taller de Nariño se estamparan otros trabajos de mayor envergadura. Según afirmó el mismo Nariño en mayo de 1795 durante su proceso judicial, allí se había impreso, con licencia del Gobierno, un libro titulado Historia de la historia natural, probablemente una traducción de la Historia de las ciencias naturales del filósofo y matemático Alexandre Savérien hecha por el religioso Francisco Martínez D’acosta, deán de la catedral de Santafé.

Solo nueve cuadernillos de un plan de impresión que contemplaba doce, según había sido anunciado en la edición de junio de 1791 del Papel Periódico de Santafé de Bogotá, fueron impresos en la Imprenta Real. Sin embargo, la obra no terminó de imprimirse en el taller oficial. En agosto de 1793, Rodríguez escribía en el mismo periódico: “los últimos tratados no se han podido imprimir, pero saldrán presto”. Cerca de un año después aún afirmaba: “quedó a medio imprimir la historia natural del citado M. Saverien”. Aunque no se sabe si los cuadernillos restantes fueron impresos, según el testimonio de Nariño es posible pensar que alguno fue estampado en su imprenta. No de otra manera es posible explicar la aseveración de Nariño, aseveración no rebatida por las autoridades virreinales durante el proceso judicial.

Tratado sobre la fuerza de la fantasía humana

El Tratado sobre la fuerza de la fantasía humana, de Ludovico Antonio Muratori, traducido por el mismo deán Martínez también se pudo haber impreso en el taller de Nariño. Aunque en el pie de imprenta no se especifica el taller tipográfico, el nombre del impresor es el del padre adoptivo del impresor de Nariño y regente de la imprenta virreinal, Antonio Espinosa de los Monteros. Por lo demás, esta obra solo se conseguía en las oficinas de la Imprenta Patriótica, y entonces era común que las obras se adquirieran en las instalaciones del taller de origen. De hecho, durante la confiscación de los bienes de Nariño por parte de las autoridades reales, se encontraron en el taller tipográfico 29 ejemplares de esta obra sin encuadernar y en proceso de preparación para ser distribuidos en todo el virreinato.

Más allá de si en la prensa de Nariño se estamparon estas obras, el taller era visto con mucho entusiasmo por los grupos ilustrados del virreinato y por un sector importante del Gobierno Real: ellos veían en la máquina tipográfica del santafereño una herramienta fundamental para difundir la afición por la lectura y por los libros en los neogranadinos.

Las imprentas americanas

En agosto de 1793, Manuel del Socorro Rodríguez saludó con orgullo la publicación del libro del Tratado sobre la fuerza de la fantasía humana Muratori en su Papel Periódico de Santafé de Bogotá:

¿Y qué dijéramos si fuésemos a examinar los frutos de las Imprentas Americanas? Nada más sino que se harán eternas en virtud de su inacción. No es de mi asunto discurrir ahora acerca de los motivos de la quietud o parálisis en que yacen, sino decir que la de esta Capital quizá es la menos ociosa.

El poco entusiasmo no era injustificado: las difíciles condiciones de operación de las imprentas americanas eran ampliamente conocidas. La escasez de papel –en buena medida relacionada con la inexistencia de fábricas y las dificultades para importarlo–, las limitaciones técnicas de las prensas, la ausencia de un verdadero mercado del libro, la competencia de los impresos venidos de Europa y los retrasos y pérdidas relacionados con el sistema de correos hacían que emprender una empresa de esta naturaleza fuera muy arriesgado. Riesgos todos, que Nariño decidió asumir. Al justificar su impresión de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, él mismo dejó constancia de las dificultades que atravesaba su taller por aquellos días y de la naturaleza del mercado al que atendía:

¿Qué otro objeto puede tener en imprimirlo, sino el interés de la ganancia?... Mucho más no produciendo la imprenta que ya tenía establecida ni para los costos que me ocasionaba la impresión del Papel Periódico, que por sólo condescender con el gobierno y servir al público mantenía en ella. Esta fue, y no otra, la causa por que se hizo la impresión con reserva, porque el único modo de darle valor al papel era suponerlo raro y venido de afuera. Yo he tenido comercio de libros, conocía el lugar, sabía que hay sujetos que pagaban bien un buen papel; pero que no había muchos que lo compraran aunque fuera a bajo precio. Con este conocimiento era preciso sacar de pocos, con que no se conociera que era impreso aquí, lo que era difícil sacar de muchos si se sabía que podía tener cuantos ejemplares quisiera.

La prensa inunda a Santafé

Es indudable que para 1790 los neogranadinos ya habían comenzado a familiarizarse con nuevos hábitos de lectura y sociabilidad alrededor de la cultura de la imprenta. Si ya en 1785, la Gazeta de Santafé, el primer papel periódico neogranadino, celebraba con entusiasmo el “admirable arte de la imprenta”, el mismo Nariño daba cuenta en su Defensa de cómo los periódicos venidos de Europa, al igual que el propio Papel Periódico de Santafé de Bogotá, circulaban profusamente “en manos del público” y “en manos hasta de los niños y mujeres”. Por otro lado, también habló de unas gacetas impresas de Ámsterdam escritas en francés, del Extracto del Suplemento de París y, por supuesto, del Espíritu de los mejores diarios literarios que se publican en Europa, y abogó por la pronta extensión de la imprenta en el mundo retomando los escritos del ilustrado vitoriano Valentín de Foronda:

El hombre se despertará, cogerá el hilo de las experiencias, se deshará de una porción de preocupaciones, será activo, tratará con los seres de su especie, en virtud del comercio, hará con ellos un tráfico de sus ideas y de sus descubrimientos; la imprenta las hará circular prontamente y transmitirá a la posteridad un sinnúmero de descubrimientos útiles; una multitud de obras inmortales han sacudido y a golpes a la mentira. El error vacilante por todas partes. Los mortales llaman con ahínco a la razón, la buscan con codicia, hartos de las producciones con que se divertían en su infancia, desean un pasto más sólido; su curiosidad se dirige insensiblemente hacia objetos útiles.

Si bien es cierto que los impresos no fueron la principal fuente de información en este momento debido a la primacía de los circuitos orales, estos no tuvieron un impacto limitado en la vida local, como se ha querido creer. Todo tipo de impresos y papeles públicos eran comentados en tertulias ilustradas y salones familiares; y algunos de sus suscriptores los enviaban, una vez leídos, a otras provincias. Además, los impresos fueron un importante objeto de análisis y debate en la correspondencia privada del periodo: publicaciones van y vienen en cientos de cartas. Este es el caso de la misiva fechada en agosto de 1794, en la que Francisco Antonio Zea pide a José María Cabal –ambos amigos y contertulios de Nariño– la información relevante que se publicaba en un impreso de la época: “no me dices si ha venido correo de España, ni me hablas de noticias públicas. Como no estoy suscrito a la Gaceta, es preciso que tú la leas con cuidado y me mandes un extracto de todo lo que valga la pena”. Finalmente, resulta importante destacar que sus lectores excedían los círculos ilustrados: los testimonios sobre la lectura en voz alta por parte de los sectores populares, aunque escasos, también dan cuenta de un creciente y generalizado impacto de los impresos.

El papel político de la imprenta

Las autoridades virreinales aplaudían los innegables avances de la imprenta en el virreinato, aunque al mismo tiempo declaraban sus temores frente a los efectos, aún no muy bien ponderados, sobre un mundo que comenzaba a transformarse de manera vertiginosa. La imprenta era un factor fundamental de ilustración y una herramienta fundamental para el ejercicio del poder monárquico, pero también podía ser un arma peligrosa que podía erosionar la obediencia. Esta tensión irresoluble será formulada una y otra vez a lo largo del siglo XIX. Según se lee en la acusación formal contra Nariño por parte de la Real Audiencia en julio de 1795:

La imprenta, invención ciertamente feliz para el género humano, pero que, como dice un político, no se ha calculado todavía si ha traído mayores bienes que males, es el medio más cierto de propagar, extender y comunicarse recíprocamente los hombres sus conocimientos, sus ideas y el fruto de sus talentos; así los efectos corresponden a lo bueno, honesto, malo o perjudicial que estos contienen, y por eso las naciones cultas y sabias han establecido en sus leyes la forma y reglas de evitar los males que causa la libertad de prensa o los irreparables daños y fatales consecuencias que puede producir un reprobado abuso de la imprenta.

Como resultado del proceso judicial seguido en contra de Nariño, la Imprenta Patriótica le fue expropiada y fue trasladada de la Plazuela de San Carlos a la Biblioteca Real, donde funcionó con algunas intermitencias. En 1796 Nicolás Calvo la compró y la puso a funcionar un año después en la llamada Calle de los Carneros (en el costado norte de la actual Avenida Jiménez, entre carreras Séptima y Octava). Pasaron muchos años antes de que Nariño volviera a tener relación con el mundo de la imprenta, y a través de ella, consiguiera el protagonismo político que inmortalizará su nombre en la historia de nuestro país.

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