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Novelas

Antes de García Márquez, la tradición literaria colombiana estaba más volcada hacia la poesía que hacia la novela (con algunas notables excepciones, como las obras de Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera y Tomás Carrasquilla). Sin embargo, en el siglo XX fue sin duda la novela la que se llevó todos los laureles, en el continente y en el mundo, llegando a convertirse en el género best-seller por excelencia.

Aunque García Márquez se inició en la poesía y el cuento, es sabido que fue el género novela el que lo consagró mundialmente. La lectura de las obras de Franz Kafka, primero, y luego de novelistas norteamericanos como William Faulkner, John Dos Passos y Ernest Hemingway, lo convenció definitivamente de que la forma en la que habría de plasmar su mundo interior sería la novela. García Márquez dominó como pocos dos formatos de novela difíciles en sí mismo: la novela corta, o nouvelle, en la que se cuenta toda una historia en poco más de cien páginas, y en la que el nobel colombiano produjo grandes obras como El coronel no tiene quien le escriba o Crónica de una muerte anunciada. En el otro extremo están novelas que se prolongan por cientos de páginas y de años, y en las que se narran las acciones de docenas de personajes, como lo hizo en Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. No solo García Márquez, sino la mayoría de autores del boom latinoamericano, usaron la novela para renovar las letras del mundo y experimentaron con ella como se había hecho pocas veces antes, teniendo un gran éxito en términos de lectores y ventas. García Márquez fue capaz de producir tanto novelas de lectura fácil y de un estilo más bien convencional, como El general en su laberinto o El amor en los tiempos del cólera, así como obras decididamente experimentales, como El otoño del patriarca o, incluso, Cien años de soledad, a pesar de su aparente facilidad de lectura. Gracias a las posibilidades de la novela, García Márquez fue capaz de producir el mundo autónomo de Macondo, con su historia y sus muchos personajes; un estilo que pronto lo emparentó con novelistas como William Faulkner, Juan Carlos Onetti o Juan Rulfo, que se harían famosos por sus pueblos imaginarios.

Cuentos

Desde niño, García Márquez siguió con atención las anécdotas que contaba su abuelo sobre un pasado de guerras y desgracias, así como los cuentos fantásticos de apariciones y espantos con las que las mujeres de su casa llenaban de terror y deslumbramiento la mente del futuro premio nobel.

Por eso, no es extraño que sus primeras producciones literarias publicadas de adulto, después de haber probado con la poesía y el comentario humorístico, hayan sido precisamente cuentos. En su época de estudiante de bachillerato en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, ya había sorprendido a sus compañeros y profesores, cuando en cuarto de bachillerato mostró un cuento suyo de naturaleza fantástica titulado “Psicosis obsesiva”. Pero fue durante su primer año como estudiante de Derecho, en 1947, que García Márquez se decidió a escribir cuentos de un modo continuo. El primero de ellos, “La tercera resignación”, se publicó en el suplemento Fin de semana del periódico El Espectador de Bogotá, el 13 de septiembre de 1947. A este siguieron otros que el autor continuó enviando al diario capitalino aun después de haber regresado a la costa caribe a trabajar como periodista. Con el cuento “Un día después del sábado” ganó el concurso organizado por la Asociación de Escritores y Artistas de Colombia en 1954 y éste fue publicado en un libro junto con los otros finalistas. Radicado en Bogotá en 1959 como jefe de noticias de la agencia Prensa Latina, García Márquez escribió el cuento “Los funerales de la Mamá Grande”, que para muchos críticos es antecedente directo de Cien años de soledad. Este cuento, junto a otros escritos entre Venezuela, Colombia y México, apareció en un libro de 1962 titulado Los funerales de la Mamá Grande. García Márquez siempre mantuvo su relación con el cuento, en tanto espacio idóneo para ensayar nuevos caminos que le permitieran expresar su complejo universo literario. Con este propósito en mente, empezó a escribir a finales de la década de 1960 una serie de cuentos, algunos pensados como parte de un libro de historias infantiles pero que nunca llegó a publicar, otros como embriones de guiones cinematográficos. Esta serie fue publicada en 1972 con el título La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, al igual que el cuento (o novela corta) incluido en él. Tuvieron que pasar 20 años para que volviera a aparecer un libro de cuentos de Gabriel García Márquez. No fue sino hasta 1992 que salieron a la venta bajo el nombre de Doce cuentos peregrinos, el último de sus libros de cuentos, aunque ya tenía muchas de estas historias escritas y en la década de 1980 había ensayado algunas de ellas como columnas de prensa o como proyectos para el cine y la televisión.

Periodismo

“El mejor oficio del mundo” llamó Gabriel García Márquez en más de una ocasión al periodismo. Su amor por este trabajo empezó muy temprano en su vida, cuando con apenas 21 años llegó a Cartagena (después de haber vivido el 9 de abril en Bogotá) y empezó a trabajar como redactor del diario El Universal. Después de escribir durante algunos meses allí, llegó a tener una columna humorística y de crítica cultural en El Heraldo de Barranquilla en 1950.

Pocos años después, se consagraría como redactor estrella del diario El Espectador de Bogotá, adonde llegó a trabajar en 1954. Por sus publicaciones en el periódico dirigido por Guillermo Cano, se ganó tanto la reputación como el mejor cronista del país al tiempo que la animadversión del gobierno. Por ambas razones el diario lo envió a Europa en 1955, donde pasó una larga temporada escribiendo, aun después de que el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla cerrara el diario. De vuelta en América Latina, García Márquez siguió combinando su escritura de ficción con el periodismo desde la revista Momento, de Caracas; y luego, como editor de publicaciones ligeras en México. En la década de los setenta, y respaldado con el prestigio del éxito de Cien años de soledad, impulsó la creación de la revista Alternativa, en Bogotá, para la cual escribió numerosas crónicas y reportajes desde diversos lugares del mundo. Durante los primero años de la década de 1980, mantuvo una columna de opinión en El Espectador de Bogotá y en El País de España. Por la misma época, acarició la idea de fundar un nuevo diario en Colombia que se llamaría El otro, pero la empresa nunca llegó a buen término. Sin embargo, logró darle un gran impulso al periodismo joven de su país natal con la creación del noticiero de televisión QAP y como socio accionista de la revista Cambio. En 1994 creó la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), en Cartagena, desde la cual les dio impulso a los nuevos cronistas y periodistas del continente.

Cine

Desde su primer contacto con el cine durante las proyecciones que de niño vio en su natal Aracataca, García Márquez tuvo, como buena parte de su generación, la impresión de que éste había llegado para imponerse como la más poderosa forma de comunicación creada por el hombre. Como él mismo reconoció en sus memorias, su verdadera iniciación con la narración se dio en las inolvidables sesiones en las que su abuelo, el coronel Nicolás Márquez, lo animaba a contar en la mesa familiar las historias que había visto en las películas del día anterior.

Años después en Barranquilla, García Márquez compartió con su amigo Álvaro Cepeda Samudio el entusiasmo por el cine, la novedad más intrigante en la feria del siglo XX. Este deseo de renovación los llevó a ensayar con la crítica y la producción de cine. Así nació el cortometraje La langosta azul, de 1954, una colaboración entre Cepeda y el catalán Luis Vicens, en la que Gabriel García Márquez participó modestamente. Poco después, García Márquez trabajó reseñando los estrenos de la semana en El Espectador de Bogotá en 1954 y 1955. Por esta columna, ha sido reconocido como “pionero” de la crítica cinematográfica en la prensa nacional. Animado por su interés por el cine europeo, García Márquez decidió quedarse en Roma estudiando cine, después de ser enviado por su periódico a cubrir la Conferencia de los Cuatro Grandes en Ginebra, Suiza en 1955. A pesar de que terminó abandonando esta carrera, su formación cinematográfica le daría una idea muy precisa de las técnicas narrativas que después usaría en su literatura. En Italia, García Márquez conoció el trabajo de guionistas que admiraba y de quienes aprendió sobre la escritura de guiones, labor a la que se dedicó desde 1961 en México. Contratado primero para adaptar algunas obras literarias de Juan Rulfo al cine junto al escritor mexicano Carlos Fuentes, García Márquez pronto brilló también con luz propia por guiones originales como Tiempo de morir, llevado a la pantalla grande por Arturo Ripstein en 1965, y por la adaptación de su cuento “En este pueblo no hay ladrones”, realizada en 1965 por Alberto Isaac, entre otras producciones. Durante esta estadía en México, en poco menos de seis años, García Márquez alcanzó a escribir o coescribir más de una docena de guiones llevados a la pantalla por directores como Luis Alcoriza, Roberto Gavaldón y Felipe Cazals. En la década de 1960 y 1980 García Márquez siguió trabajando como coescritor de algunas adaptaciones de sus obras realizadas por directores como Miguel Littín, Ruy Guerra y Fernando Birri. En 1985, fundó en Cuba la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, donde dictó numerosos talleres de escritura de guion y de donde ha salido toda una generación de nuevos productores latinoamericanos. Hasta el día de hoy, realizadores de todo el mundo siguen haciendo adaptaciones de cuentos y novelas de García Márquez al cine.

Memorias

Gabriel García Márquez anunció por primera vez que iba a escribir sus memorias en la década de 1980 y decía que entre la publicación de una y otra novela venía adelantando este anhelado proyecto. En esta década, varias de sus columnas de prensa también aparecieron con la nota “de mis memorias”, como si estuviera ensayando los episodios que finalmente conformarían su autobiografía.

Su idea inicial era publicarlas en por lo menos tres volúmenes, el primero de los cuales trataría sobre la relación de su experiencia personal con los personajes y escenas de su ficción, una especie de clave para descifrar de dónde venían muchos de los elementos de su obra. El segundo y el tercer tomo versarían sobre sus amistades más cercanas y sus acciones políticas, la mayoría de las cuales todavía no son conocidas por el público general. Después de haber publicado algunos avances en la prensa (en especial el monumental capítulo sobre la ocasión en que García Márquez acompañó a su madre a vender la casa de la familia en Aracataca), el primero de estos tomos de memorias salió al mercado en 2002. Este cubría la vida del escritor desde la historia de sus abuelos en La Guajira a comienzos del siglo XX hasta su viaje a Europa como corresponsal de El Espectador en 1955. El prefacio de la obra era una especie de advertencia para los lectores: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Por eso, es posible que muchas de las escenas descritas en sus memorias no concuerden con hechos de la vida de García Márquez (por lo menos con lo que cuentan las biografías existentes), sino que sean reinterpretaciones hechas por el propio escritor a muchos años de ocurridos los hechos. No por eso dejan de ser igual de reveladores y hermosos muchos de los pasajes de este libro. El libro fue uno de los mayores éxitos editoriales de García Márquez y estuvo acompañado por una gran campaña de expectativa en todo el mundo. Sin embargo, para 2007 era evidente que García Márquez no escribiría los volúmenes pendientes de sus memorias, por lo que Vivir para contarla quedó como un libro de tomo único. Alguna vez García Márquez bromeó con que los escritores cometen el error de escribir sus memorias cuando ya no se acuerdan de nada. Por alguna ironía del destino, esa fue precisamente su suerte.

Teatro

En su época de editorialista de El Heraldo, durante la década de los cincuenta en Barranquilla, Gabriel García Márquez publicó una “obra de teatro” por entregas, llamada El congreso de fantasmas. Sin embargo, este experimento humorístico no es considerado como un intento serio del autor por incursionar en la dramaturgia.

No sería sino muchos años después, y después de haberse curtido en géneros como el guion cinematográfico, que García Márquez volvería a incursionar en la escritura de una obra de teatro, que finalmente se llamaría Diatriba de amor contra un hombre sentado. Este largo monólogo sobre las dificultades de un matrimonio (con cierta reminiscencia de la “cantaleta” de Fernanda del Carpio en Cien años de soledad) fue escrito por García Márquez para la actriz argentina Graciela Dufau, quien fue la primera en interpretarlo. El debut de Diatriba de amor contra un hombre sentado se estrenó en 1988 en el Teatro Cervantes de Buenos Aires, protagonizado por Dufau bajo la dirección de Hugo Urquijo. En Colombia la obra fue puesta en escena en el Teatro Nacional, el 23 de marzo de 1994, en el marco del IV Festival Iberoamericano de Teatro, con la coproducción del Teatro Libre de Bogotá, del Teatro Nacional y del Instituto Colombiano de Cultura. La actriz fue Laura García, la escenografía fue de Juan Antonio Roda, la música fue compuesta por Juan Luis Restrepo y la dirección fue de Ricardo Camacho. En España fue realizada en 2004, dirigida por José Carlos Plaza y protagonizada por Ana Belén. En Italia, la obra se presentó el 30 y 31 de mayo de 2007 en el teatro Quirino Vittorio Gassman de Roma, en el marco de la temporada teatral ETI. Se siguen ensayando montajes de esta obra en diferentes lugares del mundo, sin contar las numerosas adaptaciones de obras de García Márquez que han emprendido incontables grupos teatrales.

Poesias

El primer género literario que realmente capturó la atención de Gabriel García Márquez, y que nunca más abandonó, fue la poesía. A esta le dedicó sus lecturas de la escuela y su primera publicación en un diario nacional fue un poema. Influenciado por los versos del Siglo de Oro español y de los poetas del movimiento Piedra y Cielo en la década de los cuarenta, el joven García Márquez volcó en poemas sus primeros amores y nostalgias en el frío Liceo de Varones de Zipaquirá.

García Márquez recordaba así la influencia de la poesía en su juventud: “Los jóvenes de ahora no pueden imaginarse hasta qué punto se vivía entonces a la sombra de la poesía. No se decía primero de bachillerato sino primero de literatura, y el título que se otorgaba, a pesar de la química y la trigonometría, era de bachiller en letras. Para nosotros, los aborígenes de todas las provincias, Bogotá no era la capital del país ni la sede del gobierno, sino la ciudad de lloviznas heladas donde vivían los poetas. No sólo creíamos en la poesía, sino que sabíamos con certeza -como lo diría Luis Cardoza y Aragón- que es la única prueba concreta de la existencia del hombre”. A pesar de que nunca publicó un libro de poesía, García Márquez alcanzó a escribir varios sonetos en clave piedracielista en su juventud. Pero más que eso, la poesía sería siempre una de las claves de su prosa, que muchos califican de poética y estilizada, a la manera de los grandes poetas. No solo eso, muchos de sus personajes leen, escriben y recitan poesía en sus novelas, como el coronel Aureliano Buendía, Florentino Ariza o el sacerdote Cayetano Delaura. El mejor resumen de la influencia de la poesía en la obra de García Márquez la dio él mismo en el discurso de aceptación del Premio Nobel en 1982: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Discursos y Ensayos

Sin duda, Gabriel García Márquez fue uno de los intelectuales más importantes de su tiempo, pero fue un tipo particular de intelectual. Son muy escasos los manifiestos, discursos o ensayos en los que manifiesta sus posiciones políticas o culturales. Para comprender su pensamiento o las causas que defendía y criticaba el escritor es necesario revisar más bien su producción literaria y sus artículos de prensa. El propio García Márquez dijo: "El que quiera saber qué opino, que lea mis libros. En Cien años de soledad hay 350 páginas de opiniones. Ahí tiene material para todos los periodistas que quieran”.

La mayoría de declaraciones públicas de García Márquez solían convertirse en rememoración de anécdotas o en improvisación de historias que ilustraran su pensamiento. Así funcionaba su mente, orientada por la máxima de sus obsesiones: contar una buena historia. Sin embargo, en más de una ocasión tomó los estrados para hacer declaraciones que muchas veces resultaron polémicas o incómodas. Bastante agitación causó, por ejemplo, su discurso de 1997 en Zacatecas, México, en el marco del Congreso Internacional de la Lengua, en el cual pidió simplificar la gramática y jubilar la ortografía. Otro de sus discursos memorables fue el que dio en la entrega del informe final de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo,“Por un país al alcance de los niños”, del gobierno del presidente César Gaviria, en el cual hizo un llamado para asegurar la educación de calidad de los niños. También es memorable el que dio en 1996 ante la Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, en Los Ángeles, Estados Unidos que, bajo el nombre “El mejor oficio del mundo”, se convirtió en su gran declaración de principios sobre el oficio del periodismo. Cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en diciembre de 1982, García Márquez aprovechó para presentar dos de sus discursos más recordados: “La soledad de América Latina”, un largo manifiesto por la autonomía de la región, en el que analizó su historia y condenó su presente deplorable, y en el que hacía un llamado a los países desarrollados para que no intervinieran. El otro fue “Brindis por la poesía”, en el que dejó sentado que la poesía era la base de su literatura y que a ella le debía el premio. En varias ocasiones algunos sectores políticos de Colombia le pidieron a García Márquez que fuera candidato para alguno de los puestos de elección popular. Él, consciente de que su papel político era ser artista, rechazó reiteradamente estas propuestas. Su visión del mundo pareció estar siempre clara y coherente en su obra literaria, y tal vez por eso su posición respecto a la declaración pública de sus ideas se puede resumir en el título de uno de los libros que lleva su firma: “Yo no vengo a decir un discurso”.

Entrevistas y dialogos

A pesar de que Gabriel García Márquez fue un conversador infatigable y supo captar como pocos el habla popular, nunca fue muy amigo de las entrevistas o diálogos públicos con otros escritores. Decía que se había dedicado a la escritura por pura timidez pues no había sido capaz de superar el miedo al público para ser lo que siempre había querido ser: prestidigitador. Esto hizo que fueran muchísimas más las entrevistas que rechazó que las que aceptó dar.

Sin embargo, fueron bastantes las entrevistas que alcanzó a conceder en su vida pública, desde la primera que le hicieron para un medio escrito, la concedida al periódico El Colombiano, de Medellín, el 25 de septiembre de 1955, con motivo de la reciente publicación de su novela La hojarasca, hasta la última que dio al periodista español Xavi Ayén en febrero de 2006, en las que declaró que no volvería a escribir. Los espacios de diálogo en los que participó García Márquez resultan muy valiosos pues nos permiten conocer la posición de García Márquez sobre muchos de los temas álgidos de su tiempo, así como admirar su sagaz manera de reinventarse en cada entrevista que daba. Leyendo las entrevistas de García Márquez uno puede percibir que el escritor sabía de qué hablar, con quién y en qué momento. Cuando la entrevista era para un medio ligero, dedicado a entretener, García Márquez se desbordaba en anécdotas y chistes para el divertimento de entrevistador y lectores. Pero cuando sabía que sus palabras serían leídas en ámbitos o publicaciones particulares, García Márquez era capaz de orientar la discusión hacia los temas que más le interesaban, especialmente en las arenas políticas. No es gratuito que García Márquez haya trabajado como intermediario diplomático en tantos escenarios delicados de la política internacional, pues tenía la condición necesaria de todo diplomático: saber medir sus palabras. No obstante, usar las entrevistas de García Márquez para conocer más sobre su vida puede ser engañoso. Él mismo reconocía que era dado a fabular más allá de la verdad, y que, debido al continuo acoso de la prensa, había terminado por inventar muchas de sus respuestas. Una vez dijo: “cuando se tiene que conceder un promedio de una entrevista mensual durante doce años, uno termina por desarrollar otra clase de imaginación especial para que todas no sean la misma entrevista repetida. En realidad, el género de la entrevista abandonó hace mucho tiempo los predios rigurosos del periodismo para internarse con patente de corso en los manglares de la ficción”. Pero cuando el interlocutor de su entrevista era un amigo cercano (como en las que le concedió a Plinio Apuleyo Mendoza) podía ser mucho lo que acababa revelando sobre su vida privada o sobre los pormenores de la carpintería secreta de su escritura.

Prologos

Después de su retumbante éxito internacional con Cien años de soledad, Gabriel García Márquez se convirtió en una especie de Rey Midas editorial y toda publicación que llevara su nombre empezó a tener grandes posibilidades de éxito en el mercado. Por eso, no es extraño que recibiera numerosas invitaciones para escribir prólogos, introducciones o comentarios a nuevas publicaciones de todo tipo.

El mismo García Márquez escribió lo siguiente en la introducción que hizo para un libro del periodista y escritor colombiano Juan Gossaín: “Mi querido Juancho: … Tengo solicitudes para veintiséis prólogos y once notas para catálogos y exposiciones. Algunas de ellas son de amigos que dejarán de serlo porque tendré que decirles que no. (…) Suerte tuya: tu libro saldrá con un privilegio que muy pocos libros colombianos merecen es estos tiempos, que es un prólogo mío (…)”. Al final, Gabriel García Márquez solo escribió una veintena de prólogos que tienen algo en común: son el reflejo de sus afectos más cercanos. Aunque algunos, como el que hizo para las obras completas de José Asunción Silva o para un libro sobre Ernest Hemigway, son casi estudios académicos sobre escritores importantes, la mayoría son narraciones de los encuentros e intereses que lo unieron a los amigos para los que escribió presentaciones editoriales. Maestro de la anécdota y la narración humorística, García Márquez lograba en sus prólogos dar una imagen divertida y entrañable de autores tan disímiles como Antonio Caballero, Belisario Betancur o el científico Rodolfo Llinás. Como buena parte de toda su obra, bien se puede decir que Gabriel García Márquez escribió sus prólogos para “que sus amigos lo quisieran más”.